viernes, 30 de enero de 2015

"La cruda realidad"

Sientes como si de repente la realidad te golpeara de la peor de las maneras. Y quieres gritar, quieres huir, quieres desaparecer aunque solo fuera por unos instantes en los que nada doliera como lo hacía aquello. Quieres golpearle, golpearle fuerte aunque luego te arrepintieras como posiblemente lo hará él. Una vez más eres esa tonta que siempre ha creído en los cuentos de hadas que tienen un final feliz, y ahora te has dado cuenta de que los finales felices solo existen en las películas, esa ingenua inocente a la que todo el mundo puede dañar. Te sientes frágil y estúpida. Sobretodo estúpida. Piensas en como ha podido ser que te hiciera sentir tanto, que realmente te hiciera pensar que podrías ser feliz con alguien que te complementa de verdad, porque a pesar de todo, él había logrado llenar ese vacío dentro de ti. Ese vacío que sentías en tu corazón desde hacía tanto tiempo que ni lo recordabas. Fue capaz de ver bonitos, rasgos de tu físico que tú odiabas con todas tus fuerzas, capaz de decirte que eras bonita tal cual, capaz de hacer desaparecer el mundo que te rodea solo con una sonrisa, capaz de generar un sentimiento tan inmenso dentro de tu corazón, ese que ahora se estaba rompiendo. Tampoco podías explicarte como había podido hacerte tanto daño, después de todo lo vivido, todo lo dicho y lo interpretado con miradas que lo dicen todo sin decir nada. Y llegados a este punto tu cabeza te dice que renuncies y te alejes, mientras tu corazón te pide a gritos que te mantengas firme en tu lucha, que no decaigas, que no te rindas, que demuestres que eres más fuerte de lo que todos se piensan, que no eres esa niña tonta y frágil, aunque en muchas ocasiones te sientas así.

viernes, 23 de enero de 2015

the beginning.

Y entonces te paras a pensar en qué momento comenzó todo y simplemente lo recuerdas. Lo recuerdas a él. Recuerdas la primera vez que tus mejillas rozaron las suyas. Recuerdas cada frase que dijo y cada sonrisa que te provocó con cualquier comentario. Recuerdas esa sensación de comodidad cuando apenas acababas de conocerle. Era tu amigo, no había nada más. Ni siquiera habías hablado con él personalmente hasta ese momento y ese día. Lo que nunca habrías imaginado es que ese chico, tal vez estaba predestinado a cambiar tu vida y por eso apareció en ella, poniéndolo todo patas arriba. Empiezas a recordar como le fuiste conociendo cada vez más, y como iba gustándote lo que ibas conociendo. Sonríes al recordarlo. Te acuerdas de cada momento, cada sonrisa, cada lágrima y cada abrazo, de como poco a poco, dos completos desconocidos comenzaron a ser algo indefinido. Porque realmente no eráis amigos, no, tampoco eráis novios, eráis ese pequeño intermedio que dolía en lo más hondo. Y tanto que dolía... recuerdas también como empezó a dolerte, no fue algo que pudieras haber elegido, simplemente de un día para otro tu forma de mirarle había cambiado, tus ojos ya no eran los mismos ojos con los que una amiga mira a su amigo y le dice que es idiota, ahora eran los típicos que se iluminan al perderse en las pupilas de alguien especial. Porque sin duda él era especial para ti, tal vez tardaste un tiempo en averiguar en que proporción lo era, el mismo tiempo que te costó darte cuenta de qué en un momento dado, si alguien fuera a dispararle, tú te pondrías en medio.
Después llegó el miedo. El miedo a perderle. Ese temor que te rondaba por el pensamiento día sí y día también, porque a pesar de todo nada garantizaba que no se fuera a marchar. El miedo a que te olvidara, aunque en el fondo sabías que nunca lo haría, porque él te quería, no tenías idea de cuánto, ni siquiera él mismo lo sabía. Y esa incertidumbre también dolía, dolía como si te estuvieran apedreando, sin embargo llegaste a la conclusión de que rendirse no era una opción y no ibas a ceder mientras hubiera una mínima esperanza, y la había. Estabas segura en un 90% de que la había, así que decidiste seguir conociendo más, hasta que empezabas a amar sus defectos casi tanto como lo amabas a él. Te sacaba de quicio como pocas personas lo hacían, pero sabía como hacer que te calmaras. Sabía que hacer o decir para enfadarte y a veces lo ponía en práctica. La cagaba como nadie y luego lo arreglaba como ninguno... también sabía lo que te gustaba y lo que no. Sabíais tantas cosas el uno del otro que tal vez podríais escribir un libro autobiográfico sobre la vida de cada uno. Teníais tantas cosas en común que a veces te preguntabas donde había estado durante todos estos años de tu vida. Él era esa típica persona con la que puedes pasarte horas hablando de cualquier cosa, lo que sea, nunca era aburrido, la típica persona con la que no puedes estar más de tres días sin hablar, esa persona que llega a tu vida y te saca de la rutina, de la monotonía de los días tristes en los que no te entiendes ni tú y de la frustración de los días de estrés en los que no puedes dar más de ti. Bastaba con un simple mensaje o un abrazo. Aparentemente todo era perfecto, pero dolía, dolía tanto que en múltiples ocasiones te planteaste tirar la toalla y dejar de luchar, tanto que en algunos momentos has querido darle un puñetazo y luego curarle. Y es que a pesar de todo, no estabais juntos, no lo estáis y ni siquiera tienes claro que vayáis a estarlo algún día, y aún así, todavía sonríes al recordar en qué momento exacto comenzó todo.

tú eres mi final feliz.