domingo, 23 de abril de 2017

Querido nuevo amor...

Hoy me dirijo directamente a ti por primera vez.
Sí, a ti, querido nuevo amor, si se te puede llamar así. Ya tardabas en protagonizar uno de mis textos.
No pretendo que digas nada, tampoco que cambies nada. No podría cambiar por mucho que lo intentásemos. Hoy simplemente me dirijo hacia ti porque quiero que sepas como me siento y porque no creo que sea capaz de decírtelo nunca, pero dueles. Sí, finalmente dueles.
Empezó siendo como una ligera molestia que poco a poco se convirtió en un picor irritante y ahora ha hecho herida y está empezando a ser cada vez más dolorosa.
Me dueles, amor, y no, no es culpa tuya. Sé que no es culpa tuya. No pretendo recriminarte nada, esto es solo un pequeño rincón de mi mundo en el que me gusta almacenar mis pensamientos...
Pero te quiero. A pesar de todo te quiero. No sabría decir en qué grado ni en qué nivel, pero sé que daría muchas cosas por ti y que me gustas. Me gustas mucho. Y cuando digo que me gustas no me refiero a que me gustas como me puede gustar una blusa rebajada del pull&bear; me gustas como un primer baño de verano, como un rayo de sol en los días fríos de invierno, como el helado de dulce de leche, o como el dulce de leche sin más.
Y qué caprichoso el destino, que te puso en mi camino para que cambiaras mi vida y luego, ¿qué? El destino que te puso en mi vida para hacerme creer que podías ser mi futuro, y una vez lo creí, choqué contra la realidad. Decepción. Esa fue la palabra. Eso fue lo que sentí.
Me dolió, a pesar de que ya sabía lo que dirías, eso no disminuyó mi dolor, solo amortiguó un poco más la caída. Y a pesar de que sabía que iría de mal en peor, a pesar del miedo que tuve de caer y que fuera peor, no pude hacer nada por evitarlo. Todavía no sé luchar contra mis sentimientos y dudo que algún día pueda aprender a hacerlo.
Duele.
Duele sentir que no soy prioridad, que nunca seré prioridad.
Duele verte sentir por otras personas.
Duele verte besar a otras personas.
Duele ver marcas en tu piel que no son mías.
Duele que estés tan lejos.
Duele que me mires como miras a cualquiera, mientras yo te estoy mirando como si la tierra la sostuvieras tú.
Y te escribo esto con lágrimas en los ojos como otro día cualquiera, y te preguntarás por qué todavía no había escrito sobre ti y yo te respondería que no me salían las palabras. A veces pasa. Pasa que no sé qué decir ni qué escribir, que ni siquiera sé cómo sentirme, o cómo dejar de sentir.
Sé lo que estás pensando, te conozco muy bien. Y tú a mí también. Sin embargo, creo que todavía no eras consciente de cuánto me gustas. De verdad que sé que no es culpa tuya, no puedes elegir de quién enamorarte, nadie puede.
Y ojalá pudieras, ambos sabemos lo bonito que sería, y joder, qué impotencia.
Qué capricho del destino que dos almas tan complementarias tengan que estar separadas.
¿Sabes? Yo no creía en las almas gemelas, ni en medias naranjas, incluso dejé de creer en el amor verdadero. Y entonces llegaste tú, y encontré en ti todo lo que siempre estuve buscando antes de que alguien llegara y tirara abajo todos mis esquemas. Llegaste tú y recuperé la esperanza en el amor, y empecé a creer en las almas gemelas porque encontré la mía dentro de ti.
¿Y para qué? Es la pregunta que resuena en mi cabeza desde hará un par de meses. ¿De qué sirve encontrar a tu media naranja si tienes que ver como se exprime con otras? ¿Para qué quieres encontrar a tu alma gemela si tienes que ver como busca fundirse con otras?
Estoy perdiendo la ilusión otra vez, creo que ya la he perdido. Y lo siento. No es culpa tuya, por favor, no te eches la culpa, tampoco te enfades conmigo. Nadie tiene la culpa. Quizás el destino, que no hace más que ponerme pruebas y dejar que me quede atascada en ellas.
No tengo claro qué siento exactamente pero si de algo estoy segura es de que ha sido un gran placer encontrarte y volver a sentir contigo. Por esto te doy las gracias y siempre será así, porque haces de mis montañas granos de arena y nunca al revés y eso para mí es magia.

Siempre nuestros, sin llegar a ser.