martes, 22 de diciembre de 2015

Un día pasa.

Un día pasa.
Pasa que vuelves. Así, sin más. Pasa que regresas e intentas volver a abrirte paso entre mis esquemas, que intentan volver a reconstruirse sin tu ayuda. Pasa que me miras. Pasa que clavas tus ojos en mí y sonríes. Una sonrisa indescifrable, pero, que sin ninguna explicación, une cada uno de los pedazos de mi corazón que se habían roto. Me recompones. Me abrazas. Me besas, y todo lo que había perdido el color vuelve a cobrar vida en mi interior. Y de nuevo ese miedo, ese miedo a perderte. Ese que con solo pensarlo se me revuelve todo, porque ahora que has vuelto no me imagino volver a verte marchar. No me imagino dejar de amanecer contigo al lado. Dejar de despertarte con un puñado de besos mientras te envuelves entre las sábanas poniendo esa voz de niño que tanto me gusta. Dejar de sacarte sonrisas tontas y miradas cómplices. Dejar de ver un millón de películas sin terminar.
No me imagino dejar de pasar las horas muertas en tu cama, o en la mía, durmiendo la siesta o al menos intentándolo, haciéndote cosquillas hasta que me amenaces diciéndome "me enfado" cuando los dos sabemos que jamás lo harías. Dejar de ir juntos al cine, paseando de la mano por la calle. No me imagino que no vuelvas a jugar conmigo a lanzarme palomitas mientras te las devuelvo, o a que dejes de dármelas tú porque aunque te diga que no quiero te empeñas en que tengo que comer.
No me imagino dejar de hacer tortitas para desayunar a las 2 de la tarde y que se quemen porque no tienes ni idea de poner el fuego en condiciones. Y que luego me eches la culpa y me lleves en coche al pueblo de al lado a comer a las 5 de la tarde.
Jamás podría dejar de contar los días que me quedan para verte, ni de darte las buenas noches antes de irme a dormir teniéndote en mente, ni de pensar cada día lo mucho que significas para mí.
Un día pasa que llega esa persona y te engancha.
Entonces estás perdido.
O quizás no.
Quizás acabas de encontrarte.


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